LA NECESIDAD DE CASTIGO EN LA BÚSQUEDA DE ACEPTACIÓN




Desde el inicio de nuestra vida, buscábamos la forma de ver sonreír a mamá y a papá. Entonces, nos dimos cuenta de que había ciertas acciones nuestras que los ponían felices y otras que no. Así que, nos empezamos a esforzar por agradarles a pesar de que lo que hacíamos no nos gustara, sin embargo, había una recompensa final: la aceptación de mis padres, su alago de ser un buen niño o una buena niña. En ocasiones, cuando cometía un error, ellos desaprobaban esa conducta, ese hecho; no había una explicación del por qué aquella situación había causado tanto conflicto, lo único que tenía yo que saber es que había estado mal y el castigo llegaba casi de manera automática; adoptando esta dinámica hasta la adolescencia y la edad adulta.

Ya que el ser humano es gregario, es decir, que tiende a vivir y a pertenecer a un grupo, se busca de manera constante la aceptación de algún grupo social. A lo largo de esta búsqueda, somos capaces de llegar a modificar nuestra esencia y nuestra naturaleza. Nos alejamos de ella, a tal grado de perdernos sin saber quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos, qué nos gusta, qué nos desagrada, qué nos da miedo, etc. Nos despersonalizamos de tal manera que cualquier otro u otros, toman el control sobre lo que debo sentir, hacer, pensar, lo que me lleva a delegarle esta responsabilidad a quién sea con tal de obtener su aprobación. Algunos de los efectos de alejarnos de aquello que dejamos pendiente, de los sueños frustrados, de haber aceptado jugar el rol impuesto, es una serie de manifestaciones a nivel físico incuestionables. Nos empezamos a marchitar, a secar, nos volvemos unos zombies, unos muertos vivientes que sólo arrastran los pies y se retuercen en el hastío, lo cotidiano, la costumbre y el aburrimiento. Sujetos sin vida que prefieren adueñarse de la vida de otro, que están dispuestos a lo que sea con tal de que alguien más los aprueben, les ofrezcan afecto, atención, cuidados, crecimiento (aunque sea figurado). Seres que se han abandonado a la merced de alguien más. Que el castigo es parte de su diario vivir, y que ha sido tan perfectamente domesticado, que ahora ya no hace falta que lo juzgue alguien más, que lo castigue alguien más, porque el devino su propio juez, implacable, insostenible, inamovible. Pero que a pesar de sobrevivir, obtiene las migajas de aceptación que siempre buscó y por las que cree son su motivo para despertar cada día.

La pregunta sería, ¿qué estamos dispuestos a soportar con tal de obtener la aceptación del otro? Y ¿Por qué es esto tan importante en mi vida? 

(Lic. Stéphanie Barbosa).

 

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